lunes, 15 de septiembre de 2025

Miguel García Urbani




Escritor y periodista mendocino, ha publicado desde 1990 en revistas y antologías de Argentina y España. Sus obras, como Tangos y falsas promesas, Plateados por la luna y Calle 52, tienden puentes culturales entre ambos países. En 2024, publicó en España 33 poemas en cartelera, que une poesía y cine. En 2025, lanzó una nueva edición de Calle 52 y su poemario Mataduras. En 2026, publicará la antología Las mujeres y otros poemas. Su obra se distingue por su originalidad al combinar música y literatura. Es miembro de la Academia Nacional del Tango y estudia Filosofía y Teología.  



Para que Dios crea

                                                          Matadura teológica

Mi madre creía en Dios
y ahora debe estar convencida del todo,
junto a Dios, donde se encuentra.
Los pobres creen en Dios:
se persignan, se encomiendan,
rezan también.
Sin preguntas agradecen;
entregan sus almas y sus cuerpos;
piden por la salud,
por el pan, por el amor.
Como los jugadores de fútbol,
cuando hacen un gol,
se santiguan y miran al cielo.
Cuando les nace otro hijo
ellos también son
campeones del mundo.

Se ponen en manos de Dios
cuando escasea el trabajo
o abunda la desgracia.
Cuando mueren se reúnen con el Creador,
y los niños se convierten
en angelitos.
En las casas pobres
siempre hay angelitos.
Las incertidumbres, los pavores
son resueltos con agua bendita,
con estampitas bajo la almohada.
Una cruz tatuada con tinta china,
santos de yeso, de plástico,
de miga de pan.
Trucos para asomarse, ver,
y que el milagro de no sufrir tanto,
por un rato, suceda.
Los pobres creen.

El que no se convence es Dios
de que existan tantos pobres.
Por todos lados,
creyendo y rezando
con fervor.
Muchos, muchísimos;
tantos que ni Dios los ve,
ni los puede contar.
Me temo que Dios
ya se acostumbró
a la pobreza.
Que siempre hubo,
que siempre habrá,
como dicen.
Ojalá Dios mañana
les haga caso
y no tema ayudarlos.
Para que Dios crea,
para que Dios sepa
que no está solo.


Neonatología

                                                  Matadura perpleja

En la maternidad fui
el único recién nacido
con una barba blanca,
raro haber sido el único,
raro.

Recuerdo, me parece estar viendo,
a los otros varoncitos chillando
como hombres adultos,
pedaleando esa bici invisible
que no nos lleva a ninguna parte.
Sin embargo, yo, que soy
el sin embargo, estuve quieto
y silencioso esperando barbado,
casi nonato pero sí esperando
que nada sucediera y sucedió.

Vinieron por mí y aquí estoy
poco más que contar,
medio siglo y más después
como recién salido de neonatología
con menos canas que entonces.

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